La Pera del Olmo
Ricardo Urquidi
Hace cuarenta años en mis mocedades en un día con aire, se podría apreciar desde la Ciudad de México el Popocatépetl y el iztaccihuatl, montañas que engalanan el altiplano del Valle de México, ahora me comentan cuando los IMECAS, unidad de medida de la contaminación, llegan al máximo, no se ven los edificios a un kilómetro de distancia, es duro llegar a la capital del país y sufrir de inmediato ardor en los ojos, garganta cerrada con su respectiva tos, así nos sucedió el fin de semana pasado cuando fuimos a disfrutar del Clásico Chivas- América.
El viaje comienza con la grata compañía del raramuri Santiago Ramírez y su hijo Mario, van a México a competir en el Maratón, son invitados especiales, no son favoritos, ellos a los 42 kilómetros apenas están calentando motores, les deseamos suerte, no sin antes tomarnos una foto con ellos, después viene el contacto con la urbe, en el trayecto al hotel observamos ambulantaje, la antigua costumbre de nuestros antepasados de ofrecer en trueque productos en la gran Tenochtitlan se traslada en el espacio y tiempo a las calles del DF.
Después de trasladarnos al Azteca a comprar boletos, nos topamos con la novedad de localidades agotadas, los revendedores así como las quejas de los aficionados están por todos lados, nadie se explica cómo en cuestión de horas se acabaron, cabizbajos nos regresamos en el metro, que ya no es anaranjado, le han agregado a los vagones más colores, con gusto veo que los hábitos de lectura de los chilangos perduran en las nuevas generaciones, los que no van dormidos, van leyendo un libro, en los demás hay una expresión de cansancio, de resignación por las horas que pierden en trasladarse en su diario quehacer.
Los olores de comida, los tacos de suadero, de longaniza, de cabeza a baño maría, de quesadillas de flor de calabaza, de tamales, de tacos de canasta inundan mi olfato, hay en la fuerza laboral de la ciudad, un trabajo infantil muy notorio, hay una presencia de fuerza publica desmesurada, una política es resguardar la seguridad de los ciudadanos y empresas y otra es el temor a manifestaciones, hay también una incipiente cultura por utilizar a la bicicleta como medio de transporte pero su fracaso es evidente, las políticas para abatir la contaminación han fracasado en una conglomeración de habitantes que solo provoca caos y por consiguiente corrupción.
Luego de disfrutar el Zócalo, Palacio Nacional, Catedral, Basílica, Chapultepec, Museo de Antropología, en lo personal me voy a Tlatelolco, trato de localizar el edificio donde viví en mis épocas de estudiante, pero la exactitud se pierde ya que fue víctima del terremoto del 85, así nos integramos al ejercito de turistas, para prepararnos al platillo fuerte: El Clásico, afortunadamente conseguimos los boletos y el sábado es una verdadera odisea llegar al coloso de Santa Úrsula, la explanada es Un hervidero de locales que ofrecen las más variada botana y artículos de las Águilas de la América, detecto un Estadio Azteca, sucio, desgastado, olvidado, decaído, sus rampas gastadas, sus baños mediocres, en las gradas remodelaciones, no hay escaleras eléctricas menos elevadores, ahora que vengan los Raiders de Oakland y los Texanos de Houston, la NFL se va a llevar una desagradable impresión, hay también fuertes dispositivos de seguridad resguardando a las porras del rebaño sagrado que llegan desde diferentes puntos del país.
Se ven bastantes espacios vacíos, el Azteca está a un 85 por ciento, los lugares desocupados son muestra de la voracidad del equipo anfitrión y su relación con los revendedores, elevan los boletos apostando a ganancias exorbitantes y el aficionado cansado de esas practicas opta por verlo en televisión, dejando los boletos sin vender y los asientos como una muestra de la avaricia que rodea este tipo de eventos.
En la cancha, Matías Almeyda plantea bien su estratega, nulifican a Sambu y Darwin Quintero, les ganan la media, abren la cancha y con dos goles del Conejo Brizuela y uno de Gullit, le dan un baile a los capitalinos en su centésimo aniversario, las broncas aparecen a lo largo de las tribunas, la porra de las Chivas festeja en grande, los compañeros americanistas salen con el ánimo por los suelos, al fin fanático del Atlas solo me resta disfrutar el juego, como lo que es: un juego y al otro día volver a mi Parralito Llovedor con una gran nivel de calidad de vida.