Leopoldina Peña

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DICHO POR ROCHA

José Guadalupe Rocha Esparza

Hay quienes se resisten deshilachadamente a morir sin haberse concedido un año, un mes, una hora de goce y esperan ese don cultivando el silencio, vaciándose de culpas y de pánicos, descansando en el lecho del cansancio o evocando la infancia más antigua, resistiéndose a irse sin gozar, sin apogeos, sin brevísimas cúspides de gloria, sin momentos de felicidad.

Leopoldina esperó a un galán suficientemente bueno para ella que viniera a solicitar su mano, pues pensaba que, con la fama de su belleza, y del dinero de su padre llegaría. Ninguno la pretendió, ni se atrevió a salir con cualquier otro caballero. La doncella fue languideciendo entre un rosario y otro, entre una labor de aguja y otro, entre un muerto de la familia y otro.

Leopoldina nunca oyó un Te quiero. Sus ojos no supieron de otros ojos, ni sus labios conocieron el sabor de otros labios. Fue como un árbol seco, olvidado de que alguna vez tuvo hojas y flores, y que jamás dio fruto. Murió un día de tantos; murió de nada. Tenía todos los años. Ningún año vivió. No pierdan el tiempo, quiéranse, dejen todo en el beso, dice Benedetti.

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