Por Erik Jurado
Debo confesarle amigo lector que tengo amplias dificultades para conducir mi vida. Existen siempre alrededor de la toma de decisiones vitales; cuestiones éticas y morales, y una diversidad tan amplia de consecuencias y factores, que para alguien como yo, que soy un poco necio, son difíciles de coordinar y conseguir que la conducta final me deje conforme o al menos con un buen sabor de boca. Otro asunto es que me deje en bien con los demás.
Quiero hacer tantas cosas con mi vida que a veces sacrifico tiempos y personas en pos de otros menesteres. Estoy seguro que tanto usted como yo sabe lo complicado que es vivir la propia vida. Vivir es una empresa, una actividad y discernimiento. En consecuencia vivir es; la asunción de una responsabilidad por los actos buenos o malos que uno mismo provoca en este mundo.
Me tranquiliza un poco darme cuenta que soy tan humano como todos los demás y que no hay en mi vida un dejo de divinidad o algo que me eleve por encima de otros y al mismo tiempo me comprometa a ser impecable. Aunque sé que debo dar lo mejor y asumir las consecuencias de actos que en ocasiones han sido errados y hasta catastróficos.
Vivir cansa en ocasiones y en otras tantas hace sentir una satisfacción indescriptible. Vivir, en suma es complicado, tanto que sólo tengo tiempo para ocuparme de mi propia vida y mis decisiones.
No alcanzo a comprender entonces a aquellas personas que pareciera tienen más tiempo que yo (¿seré demasiado lento?) o son mejores en el arte de administrar tan bien ese valioso recurso irrecuperable, pues tienen oportunidad de ocuparse de su propia vida y de la de algunas personas más.
Veo y escucho personas opinar sobre que deberían hacer otros con su vida y sus actos, mujeres y hombres susurrando entre las calles sobre las decisiones de un tercero, conocen los errores y hasta la alternativa optima que cada persona debió tomar pareciera que hay gente tan hábil en este mundo para arreglársela con su propia vida que tienen tiempo para arreglársela a todo el vecindario. Hay personas tan hábiles que identifican con rapidez el acto non plus ultra sobre cada situación y lo decretan para otros. Pueden corregir una vida entera en una sentada para beber café.
Aunque debo confesar que la sospecha llega a mi cabeza cuando dejo de contemplar sólo las palabras y me concentro un poco más en los actos. Hasta el día de hoy no he observado a una persona que tenga tan resuelta la vida que pueda convertirse en juez de la vida de alguien más, incluso he llegado a la conclusión de que si alguien ha resuelto su vida a tal grado por su puesto no necesitaría echar una mirada en la vida de otros para ser critico de tiempo completo.
¿Será entonces amigo lector que hay personas que no se han dado cuenta de lo maravillosa que es la propia vida como para ocuparse sólo de ella? O ¿hay personas con la vida tan descuidada en el afán de cuidar la de otros?