El psicoanálisis
freudiano postula que el ser humano cuenta con un aparato psíquico que rige
nuestra personalidad y vida.
En el «ello» se encuentran las cuestiones primitivas de la
supervivencia como lo es: alimentarse, dormir y desde luego los impulsos
sexuales.
Es aquí en este gran almacén donde se guardan toda clase de recuerdos y pensamientos a los que se les impide realización en un plano real. Freud, inclusive determinó algunos de ellos como perversos según la moral de la sociedad y la educación.
El súper yo es construido por esquemas de civilidad como: el intervalo
educativo al que se somete al ser humano en su lapso de vida, creencias
religiosas y toda clase de costumbres implícitas en la cultura.
El super yo ha de ser esa voz que nos aconseja sobre el bien y el mal, pero que
es diferente para cada persona según lo rígido de su moral o educación.
Por otra parte,
existe otro recinto del aparato psíquico llamada «yo» quien se
encarga de mediar la carga pulsional del «ello» o del inconsciente
como también se le conoce, esa carga pulsional han de ser precisamente la
necesidades más básicas pero no menos importantes, lo mencionamos
anteriormente, una de esas pulsiones es el impulso sexual, el «yo»
funge como un mediador entre la carga represiva del «superyo» y las
necesidades que pueden llegar a ser intempestivas del «ello».
La sensación de vacío existencial es creada por el adeudo que siempre está
vigente hacia con el «superyo» y con el «ello».
Cumplir cabalmente con la moral impuesta como ideología por las clases
dominantes, prácticamente es imposible.
Por lo contrario, comúnmente frenamos los deseos del «ello» que se constriñe a causa de la represión, es aquí donde aparece lo interesante, el capitalismo como estrategia mercantil permite saciar nuestro «ello» desde la sensación de sanación de esas pulsiones que hay en nuestro inconsciente, la mercadotecnia y sus productos han de tener un fuerte simbolismo sexual, por obvias razones es tan seductor y exitosamente aceptado.
Por otra parte, las pulsiones intentan un equilibrio en un escenario social que determinamos y vemos como realidad.
En ese catálogo de pulsiones encontramos, la pulsión de muerte que halla sosiego con la velocidad de un coche al conducir, al jugar al videojuego para disparar o matar zombies, estas pueden ser algunas cuestiones directas de la pulsión de muerte, por que también las hay las que por medio de un disfraz inteligentemente diseñado desde la moral podemos identificar en la realidad social, puede ser el sacrificio de un bombero, de un policía o de un militar, heroicamente arriesgado en actos de servicio, incluso muerto.
A esta realización artificial se le conoce como sublimación y es un acto que libera al sujeto de su carga pulsional y le permite sosegarse en una realidad social construida por una civilidad
moralmente
represiva.
Los Villomanos hemos encontrado sosiego a determinadas cuestiones personales de
un deseo pusilánime de justicia, de igualdad social y sobre todo de una carga
ideológica que halla en la imagen del revolucionario un ejemplo de valentía
ante quienes nos han dominado.
El sujeto ve en Villa su deseo realizado, El Centauro del Norte permite que desplacemos nuestra pulsión de muerte que queda obstruida por las causas de la cotidianeidad y la idea de lo imposible al intentar tomar las armas y abandonarnos ante la suerte, sabemos nuestro fin inmediato, morir irremediablemente.
Cuando gritamos ¡Viva Villa Cabrones! en el fondo de nuestro aparato psíquico, también retumba un deseo de liberación ante el hartazgo pendenciero de los poderes que oprimen el ser, un ¡Viva Villa jijos del maíz! es un llanto que equivale a una herida mortífera en la idea de libertad, que se extingue tal como la verdad de los hechos revolucionarios.
Hoy nos queda quizá solo eso, suplir con un grito la falsa idea de un mundo mejor, hacer posible un imaginario mediante un engaño provocado, la falsa conciencia de clase social.