Ricardo Urquidi
Pipo El Sordo y Valentina están sentados en el Foro Villista, lo duro del cemento no importa, las nubes que se aglutinan en el firmamento amenazando descargar su bonanza no importan, la espera para disfrutar el concierto va a la par de su gratuidad, solo importa el momento de disfrutar, de dejar correr la película de su vida, capturar en la memoria que ya van acumulando historia como pareja, es lo que su piel siente, la transpira para luego en un verso de vida, guardar, atesorar.
Las melodías románticas empiezan a sonar en sus oídos suavemente, las letras tienen pausa, armonía, destilan pasión, reencuentro, desamor, atrás de sus preferencias queda la estridencia actual, el insulto como cortejo, la poesía vieja amante de la música se conjuga en el ambiente, dando la oportunidad a la joven pareja de disfrutar los sonetos que a sus padres deleitaron, al sentir cuando una mano rozaba su piel tersa.
Así están embelesados, descubriendo las letras de aquellas canciones viejas, que no pasan de moda, Valentina deposita su cabeza en el hombro de Pipo, el tiempo pasa y no se nota en su galope, solo la explosión del final los vuelve a la realidad, caminan como zombis por la pendiente que lleva a la Ángel Trías, al llegar a San José, Pipo invita a su novia a sentarse y disfrutar la alegría de unos niños que juegan a mojarse con las fuentes danzarinas, al sentarse la noche apenas empieza porque nadie quiere que concluya.
Pipo temeroso pero a la vez atrevido, medita una decisión, su propósito es complacer, pero su instinto masculino le dice que tal vez no va a tener la respuesta que espera, como un apostador que va todo o nada, saca un papel de su bolsillo y se lo entrega a Valentina: “Que es esto, Pedro?”, “Léelo ya tenía días que quería entregártelo”, su futura esposa curiosa como toda mujer, lo desdobla para tener el contorno completo:
“Solo por vivir, te tengo…
Solo por respirar, te sigo…
Solo por oírte, te busco…
Solo por mirarte, te extraño
Y al final de mi noche callada.
Siempre estás ahí…
Como una gota gemela,
que alimenta mi vida,
que refleja mis sueños
en mi futuro inmediato”
No ha terminado de leer cuando Valentina suelta una lagrima y le asesta un beso a Pipo en la mejilla, “Gracias… cuando lo hiciste?”, “Hace como una semana”, “Y luego porque no me lo habías entregado?”, “Es que me sentía muy ridículo y no sabías como ibas a reaccionar y ahora con el concierto, con el ambiente pues me anime”, “Es lo más hermoso que me han hecho en mi vida… Gracias Pedro… te quiero mucho”.
Como dos viejos que ya se conocen, quedan en silencio, solo el tiempo lo rescata, quedan ya pocos minutos para que salga el ultimo camión de la Guillermo Baca rumbo a sus casas y lo comprenden.