Raúl Urquidi

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La Pera del Olmo
Ricardo Urquidi

Solo ante mis pensamientos, oyendo música de los Bribones con la canción Carcajada comienzo las letras que me acompañan en estos momentos, oírlo cantar en las reuniones familiares, disfrutar del corazón bohemio que siempre lo acompaño es el primer reflejo que llega cual nítido anhelo de volver a vivir una fiesta familiar pletórica de la savia que José Norberto y Tita nos inculcaron cuando el desfile de tíos, yernos, nueras, hijos, nietos se congregaban bajo el espíritu de tocar la vida con música, con alegrías, con sonrisas, de travesuras aderezadas de locura.
Su primera influencia en mi vida fue de adopción, adoptar su respeto por Jaime Alvidrez, su tutor en la crónica deportiva, íntimo del Pelia en la bonanza y en la austeridad, Raúl por cariño por respeto comenzó a llamarle: “Pa” como una segunda referencia paternal por el don de gente del Caballero del Deporte, ante la reverencia de Raúl hacia Jaime, los demás integrantes de la familia hicimos lo mismo y la cascada de admiración llego hasta el último de la familia.
Después en vacaciones siendo un niño, al ir al Distrito Federal nos maravillamos al bordo de una patrulla de Tele Sistema Mexicano, hoy Televisa, transitando impetuosamente por las calles de la Ciudad de México con todo y sirena ir al aeropuerto a recoger videos de todo el mundo con innumerables noticias que eran el material informativo de Jacobo Zabludosky en 24 Horas.
Años posteriores en el Autódromo de la Magdalena Mixhuca, hoy Hermanos Rodríguez, admirando las hazañas de Freddy Van Beuren, Guillermo Rojas y Héctor Alonso Rebaque en el Team Viceroy, en los Pits, arriba de un Porsche 924, de un Lotus Spirit, de un Lamborghini, agarrando el volante, imaginándome a 200 kilómetros por hora en la recta del circuito, años en que Raúl trabajo para Cigarrera La Moderna, promoviendo los cigarros de la compañía, andanzas que definitivamente cultivaron mi amor por el automovilismo, especialmente la Formula Uno.
Luego la trágica noche de Rubén Darío, la lucha de mi hermano, su afán por descubrir al culpable, la solidaridad de Cenobio Moriel, de Jacobo Zabludosky con la familia Urquidi Espinosa, para indagar, encontrar al responsable y al conocerlo, la obediencia de Raúl con mi Padre para tener el valor de confrontarlo, solo decirle que la familia conocía su identidad y solo ello bastaba para terminar con ese capítulo, hacerle ver que su crimen no estaría en el anonimato.
Después en Chihuahua pasándome el volante en una carrera de celebridades en donde el declina manejar un Fairmont y me lo pasa, para convivir con artistas, empresarios, políticos, pero sobre todo saciar mi sed añejada de competir en una carrera de autos, fue una locura para mí no tener límites con el acelerador y como niño agarrar una curva a sabiendas que solo el viento era el adversario a vencer.
Presionándome en los 90’s para crear en Parral, la Asociación de Cronistas Deportivos, organizarnos para fundar la Federación Mexicana, instituir en los diferentes municipios del estado los Certámenes de Deportista del Año, siendo el creador del premio Teporaca en la capital del estado, recurriendo a mí para propuestas de parralenses al Premio Nacional Fray Nano, datos para proponer a la excelencia de Parral al Salón de la Fama del Deporte Chihuahuense, organizar a nivel estatal un Certamen del Deportista del Año con los ganadores de las principales ciudades del estado, luchar porque se reconociera a través de la publicación de un libro de su autoría, la figura histórica de Humberto Mariles, lucha de Raúl que solo se verá cumplida al publicarse la biografía del primer mexicano que gano una medalla de oro en Juegos Olímpicos, orgullosamente parralense.
Y al final conocer con amarga impotencia su enfermedad, su último deseo de juntarnos a todos sus hermanos, sobrinos bajo su dolencia, bajo el espíritu que nos inculcaron nuestros Padres, gritar: “Aquí estoy”, dar gracias a la vida, recordar el viejo poema de Amado Nervo: “Amé, fui amado, el sol acarició mi faz. ¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!”
Saber que en el último momento de su vida, con las manos juntas, tocándose en forma circular, incesantemente las yemas de sus dedos, costumbre muy común en El Pelia, al fijar su vista en el techo de su casa que no tenía fondo y era un cielo esplendoroso solo dijo en forma de despedida: ¡Mama!.

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