Gasolina, cultura política y social.

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Por

Erik Jurado

Aborrecemos y maldecimos a grito abierto el paternalismo pero no sabemos vivir sin él. Con el tiempo se nos ha acostumbrado a guardar una dependencia económica, moral, práctica y hasta de pensamiento con el gobierno. No nos gusta que se nos gobierne, nos hace sentir pueriles, pero tampoco nos gusta sentirnos descobijados; esa es la contradicción del mexicano. No somos una sociedad que se auto vigile. En nuestra cultura están insertas las prácticas más chapuceras y carroñeras que despreciamos en los altos mandos, pero que con regularidad se practican en pequeña escala en nuestras casas, trabajos o relaciones, fielmente creo que el cáncer social no está solo en los altos mandos, sino en toda la esfera social y el ambiente histórico. Así como nos gusta que el gobierno nos de cariño hacemos caso omiso de “pequeños” detalles y sólo denunciamos cuando el problema se viene serio.

Como a usted a mí tampoco me gustan los precios altos, me gusta que las cosas sean baratas y de buena calidad, pero esa dupla es difícil de conseguir, porque con regularidad una excluye a la otra. La salida más sencilla es que si yo no puedo pagar un servicio lo haga mi socio el gobierno, al menos esa es la formula a la que nos hemos acostumbrado. En el pasado decidimos ignorar varios eventos que hoy tienen una traducción; elegimos presidente por su guapura, permitimos dinero de los contribuyentes en los comicios electorales, dimos paso a eventos de corrupción y mal manejo de recursos públicos, celebramos el pacto por México (aun y cuando la mayoría no sabía ni que era), hemos sido omisos con los servicios como la luz, el agua, la gasolina y sus grandes problemas. Además permitimos que los partidos políticos pacten pensando siempre en sus propios intereses. Como ciudadanos estamos ausentes todo el tiempo, menos cuando el problema lo sentimos en el cuello.

En resumen tenemos una pésima cultura social y política. Hoy nos sorprende y enoja el “gasolinazo” cuando en lo cotidiano cerramos los ojos y participamos de las malas prácticas; somos perezosos para votar, no sabemos ni siquiera que es lo que se debe votar, no cumplimos con nuestros trabajos, si se puede robamos al patrón, aconsejamos a nuestros hijos para no leer o no esforzarse en la escuela (te puedes volver loco; decimos), no tenemos hábitos laborales ni ciudadanos, ya ni siquiera saludamos al vecino o hacemos reverencia al anciano. Nos enfrentamos con los maestros cuando el infante (y también el más grandecito, universitario) por holgazán no acreditó unidades o materias.

Todo lo mencionado tiene el objetivo de generar conciencia que lo que tenemos aquí no es sólo un problema de malas finanzas publicas que intentan pagarse con un impuesto exagerado. Tenemos problemas de civilidad y construcción ciudadana. Los problemas nunca aparecen de la nada, sino que son el resultado de de decisiones pasadas u omisiones.

Sí, es un problema que debe resolverse en el presente con miras certeras a grandes cambios en el futuro. La revolución que hace falta es social. Por hoy tal vez debería negociarse los impuestos a la gasolina y conformar mecanismo para darle seguimiento a ese dinero, ya no es admisible que sigan habiendo fugas y deudas descomunales que luego se desean pagar con el trabajo de los ciudadanos.

Invito a la gente a ser mesurados, respetar los derechos de otros y procurar fortalecer al conjunto social.

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