Por:
Jessica Cano de Rueda
Usualmente la gente joven no tiene el hábito de pasar tiempo contemplando el día de su muerte, por lo mismo, porque se es joven, llenos de vigor, energía, independencia y por lo general cuentan con buena salud. La gente mayor tampoco piensa mucho en su muerte, pero cuando empieza uno a tener pérdidas como la de los padres, amigos, amigos de la familia y familiares, la muerte se vuelve algo real, muy presente y no agradable de contemplar.
Entonces ¿Para qué pensar con cierta regularidad en el día de nuestra propia muerte? Creo que puede ayudarnos más que atormentarnos el contemplar que en un momento dado vamos a morir y dejaremos este cuerpo material y que regresaremos al polvo, esto puede enseñarnos importantes lecciones sobre la vida, como vivirla de manera más completa y con más significado.
El hecho de que todos nosotros inevitablemente moriremos, nos recuerda que todos somos iguales, que ni la riqueza, los logros, la belleza, la posición que se tenga, los talentos o la capacidad de liderazgo es finita. Como dice Marcelo Rittner “Reconocer la mortalidad compartida nos recuerda nuestra humanidad compartida y el deber de tratar a los demás seres humanos con respeto, justicia y bondad”. También expresa “Deja que la dignidad del otro ser humano sea tan preciosa para ti como la tuya propia”. Y en la Biblia sería “Ama a tú prójimo como a ti mismo”. En pocas palabras la otra persona es como yo aunque seamos diferentes.
Otra lección importante al pensar en nuestra muerte es que nos responsabiliza de tener cuidado de no malgastar el tiempo ya que es limitado, y hay que utilizarlo sabiamente para darnos un espacio para todo, trabajo, diversión, convivencia, ejercicio, descanso, reflexión… cuando verdaderamente estamos conscientes de que nuestro tiempo en la tierra es limitado es más probable que cuidemos más sabiamente, en qué, cómo, cuándo, por qué y para qué invertimos nuestro tiempo en todo lo que hacemos o dejamos de hacer, así como con las personas con que lo pasamos o no y eso nos lleva a pensar en el amor, porque no sabemos cuando puede llegar el final, nos damos cuenta que debemos apreciar cada momento y actuar ahora.
También nos ayuda a ver que en ocasiones no hay segundas oportunidades para decir un lo siento o un perdona cuando la soberbia o el orgullo nos sobrepasan nos lleva a vivir con dolor, sufrir y cargar culpas. Y por el contrario reconciliarnos o estar en paz nos da descanso y tranquilidad.
Como dice Rittner “Si pensamos en el día de nuestra muerte, estaremos más inclinados a tomar ventaja de las oportunidades de cambio, amor y reconciliación cuando se nos presentan. NO recibimos muchas segundas oportunidades”. Y creo que es responsabilidad de nosotros el aprender a aprovecharlas y disfrutarlas en ocasiones dejamos que las dificultades crezcan tanto que se hacen heridas muy profundas o distancias muy grandes, que luego sabemos que sucedió algo pero ya ni recordamos el acto, pero si el dolor y se vuelve una lucha de ataques. Con frecuencia dejamos que nos dañan.
Hay una frase de Gandhi que me encanta al respecto dice “No hay que apagar la luz del otro para lograr que brille la nuestra”. Y otra de Buda que dice “Estar separado de lo que se ama es sufrimiento, estar unido a lo que no se ama es sufrimiento”. Pero lo maravilloso de esto es que podemos elegir, aprender, crecer y cambiar.
Cuando recordamos que un día moriremos, tenemos más probabilidades de vivir la vida. Porque la conciencia de nuestra mortalidad puede ayudarnos a vivirla plenamente, nos ayuda a respetar la dignidad humana, la equidad, el amor propio, nuestra salud física y espiritual así como a los demás. Vivimos rodeados por la muerte que nos priva de los que amamos y que algún día privará a los que nos aman de nuestra presencia. Lo que hemos vivido, compartido, reído, llorado, peleado, perdonado, reconciliado, las palabras, besos, abrazos, ternura, silencios… son parte inseparable de nosotros nuestras relaciones significativas. Y eso los mantiene presentes o a nosotros cuando ya no estamos. Cuando llegue nuestro final, nuestra vida continúa aportando a la vida de los demás lo que hayamos dado en vida, recordando que somos finitos y eternos a la vez. Esa es nuestra trascendencia y nuestro legado. Me despido deseando transformes tú vida y la de los demás y me leas en 15 días, soy Jessica Cano de Rueda. Me puedes contactar en tribunaparral@gmail.com para cualquier duda, comentario o aclaración.