POR
RICARDO URQUIDI
Pipo El Sordo viene ya noche a casa, tiene su vista fija en el parabrisas del camión urbano, lo que está más allá del cristal no lo ve, tiene en su mente una batalla: tratar de olvidar el cansancio que atormenta sus piernas, durante todo el día sus extremidades inferiores han sido unos dignos símiles de pistones automotrices, las distancias cortas como el transitar de los meseros se acumulan hasta convertirse en kilómetros acumulados, después de acompañar a Valentina a tomar su camión, de pronto al sentarse el agotamiento le llega como una pesada losa, quiere lo más pronto llegar a su hogar y caer como tronco sobre su cama.
Al abrir la puerta a media luz, ve a su Padre: Don Guadalupe sentado, en su mano esta una taza que levemente con insistencia golpea la mesa de madera que sostiene su brazo, Pipo se alarma se imagina una persona con el mal de Parkinson y más cuando puede observar que lagrimas caen por las mejillas de su progenitor: “Papa que pasa?”, Don Lupe no puede contestar, la llegada de su hijo no lo saco de su soledad, Pipo vuelve a inquirir: “Papa te sientes bien, contéstame por favor?”, en un esfuerzo por tratar de llegar a la calma le quita la taza de su mano.
Don Lupe reacciona al devolverle la mirada a su hijo: “Extraño a mi viejita”, con tanto solo haber pronunciado esas palabras, Pipo derrama su llanto y se une a su Papa hasta que reacciona: “Yo también… pero aquí estamos, luchando por conservar sus recuerdos aunque ello signifique llorar”, con sus manos frágiles Don Lupe agarra de la cabeza a su hijo y lo jala a su pecho: “Nunca, nunca se te olvide que eres mi hijo, lo mejor que Dios me ha dado, mi más grande orgullo, no hay más razón en mi vida que verte ya convertido en un hombre de bien, ver con satisfacción que puedo irme mañana mismo y tú te puedas valer por sí mismo, con todas tus limitaciones… tu Mama me lo decía una y otra vez, lo fuerte que has sido en la vida”.
Pipo se queda quieto, impávido, las palabras vertidas con el alma, son fuertes en sus extremos, por reconocer el amor hacia él y por poner en el aire, la partida del tronco de su vida, apenas recuperaba el piso por la partida de su Madre y ahora su Padre anunciaba la posibilidad de ir a acompañar al amor de su vida: “Papa te quiero decir algo que no te había dicho por miedo, porque no sé cómo reaccionarias, pero yo creo que es buen momento para decírtelo…”, Don Lupe se inunda de incertidumbre, jamás su hijo había tenido tal preámbulo: “Valentina y Yo, fuimos con los Padres de ella para anunciarles que nos vamos a casar”, sobresaltado por el anuncio inesperado reacciona: “Y luego que te dijeron… aceptaron?”, “Si Papa, a mí me sorprendió su apoyo, no lo esperaba”, “Y ahora hijo que sigue, cuando es la boda?”, “No va haber boda Papa, nomás vamos a ir al Registro Civil… y Valentina se viene a vivir aquí con nosotros… ella está de acuerdo y tú?”, “Yo feliz hijo… ustedes se cambian a mi recamara, está más grande, yo me voy a dormir a tu cuarto, que buena noticia me has dado… y ya voy a tener nietos?”, “No Papa, no está en nuestros planes, necesito terminar mi carrera”, “No te preocupes hijo, los niños siempre traen un lonche”, “No Papa, no tenemos pensado por lo pronto”, Don Lupe pierde el temblor de sus manos, sus rodillas frágiles no importan y se levanta solo para dar un abrazo a su hijo.