Pipo el Sordo

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Ricardo Urquidi

“Pedro no podemos decirle que no a mi Padrino”, Pipo El Sordo y su novia Valentina, camino al trabajo tienen un debate en torno a su próxima boda, Carponio, quiere congratularse con su ahijada de bautizo y ha ofrecido pagar el salón y la música, Pipo serio trata de establecer su posición sin herir susceptibilidades, nunca se imaginó que una boda fuera tan complicada: “Todo esto que me cuentas, que tu Tío va a pagar la comida, que tu Papa el vino, ahora que ya no la vamos hacer en tu casa que tu Padrino paga el salón y la música, sinceramente me incomoda mucho, no lo quiero, yo quiero una cosa sencilla”, Valentina entusiasmada quiere trasmitir la misma alegría a Pipo pero no lo logra, “Pedro no nos va costar nada, ellos se encargan de todo”, “No es lo que cueste, nosotros no podemos tener una fiesta así, aunque no nos cueste… porque en vez de regalarte el costo del salón y la música, un regalo que dura cinco horas, porque mejor no nos regalan un refrigerado, una estufa?… hay cosas más importantes que eso… no crees?”.
“Yo sé que te quieren mucho, que eres la sobrina preferida, la ahijada, pero yo no quiero entrar en esa mascara de fingir algo que no soy… no quiero y no lo apruebo”, señala Pipo, “ Y que quieres que haga?, que les diga que no?”, “Solo quiero que les diga la verdad, que queremos una cena familiar, que no queremos fiesta, que si quieren agasajarnos nos hacen más bien regalándonos cosas que nos duren y nos sirvan en nuestra casa”, Valentina sabe en el fondo de su corazón que Pipo tiene razón, así lo habían platicado, pero ahora ante la generosidad de todos sus familiares duda, la vanidad siempre ha sido mala compañera, “Pues déjame decirles porque la gente ya anda toda alborotada”, “Si no les dices tú, les digo yo… hubiera estado mejor que te hubiera robado”, “Mensito, no se te va hacer, yo voy a salir de blanco de mi casa”, dándose un beso de despedida toman fuerzas para confrontar a los alegres familiares.
Al ubicar en orden sus pensamientos, Pipo se acuerda de Lúpulo, un joven de doce años ciego, su Madre Angradisma a raíz del apodo de Pipo, en la calle lo abordo y le pregunto dónde se había atendido su sordera, donde había estudiado a pesar de ser sordo, Pipo a grandes rasgos le comento de su incapacidad auditiva que no era grave, al conocer los pormenores Angradisma ofreció disculpas, Pipo le aconsejo acudir al Centro de Atención para Personas con Discapacidad, ubicado en las mismas instalaciones del CBTIS 228, donde existe una escuela que atiende la problemática de las personas que son ciegas, sordos, mudos y pueden aprender lo elemental e inclusive una carrera profesional.
Ahora va por Lúpulo, quien renuente no quería acudir al Centro, tenía miedo, en el pasado había sido objeto en la primaria de hostigamiento a causa de su discapacidad, no quería pasar por lo mismo, Angradisma le suplico a Pipo, le pidió que hablara con él, que lo convenciera de salir de su aislamiento, Lúpulo permanecía todo el día en la casa, no convivía con niños de su edad, Pipo con gusto se ofreció a dialogar con aquel ya adolescente, le comento que él había pasado por lo mismo, que es difícil, que te deprimes, Lúpulo encontró en Pipo a un similar y después de varias platicas acepto con sus reservas acudir al centro.
Al llegar el barullo propio de una escuela lo puso tenso, Pipo previamente había acordado una cita con el personal del centro y ya los estaban esperando, al llegar a Lúpulo le presentaron a varios alumnos con discapacidades que tomaban clases, agudo en el sentido auditivo, poco le importo los saludos de los maestros, se concentró en la plática de los que él creía iban a ser sus compañeros, lo que oyó lo tranquilizo: “Felicidades Lúpulo, vas a ser el primer alumno que tengamos que va a aprender el sistema braille”, “Voy a poder leer libros?”, “Claro! todos los que quieras”.

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