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Pipo El Sordo

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Ricardo Urquidi

Cansado ya sobre el atardecer, Pipo El Sordo viene del Instituto Tecnológico de Parral, sin sentirlo paso toda la tarde en la biblioteca, estuvo investigando datos sobre la historia de nuestra máxima casa de estudios, sobre sus fundadores, orígenes del apodo de los Venados y todo lo relacionado, sobre él pesa el cansancio de la espalda, antes de llegar al Panteón de Dolores, sobre su vista se alzan nubes anaranjadas que anuncian la fuga del astro rey.
Sobre la curva a la distancia ve un matrimonio que va a entrar en el camposanto, son Amancio y Trasea, los dos de mediana estatura, complexión robusta, están vestidos con ropa deportiva, pantaloneras y sudaderas con capucha, Pipo supone que van a limpiar una tumba de un ser querido: “ Gordo… que bueno que pudiste acompañarme a limpiar la tumba de mi abuelita Cristeta… no la conociste pero ella fue como una Madre para mí, ella me cuidaba y estaba al pendiente de mi cuando mi Mama se iba a trabajar… y no te creas a esta hora el panteón impresiona, que bueno que estás conmigo porque nos va a alcanzar la noche… si trajiste la linterna?”, recuerda con un aire de nostalgia Trasea a su marido, Pipo los oye y a pesar de la fatiga acumulada, se acuerda de su Madre y decide acompañarlos a la distancia para visitar la tumba de Doña Rosario.
El ambiente de penumbras se abate sobre las criptas, los arcángeles que coronan las tumbas más antiguas fijan su mirada en los visitantes que de inmediato desvían la vista para evitar los ojos inmóviles, escrutadores, siempre con el temor de todo lo que rodea a los habitantes del Panteón de Dolores, en Trasea y Amancio el horror a las manifestaciones de lo sobrenatural los invade, Pipo observa en su comunicación corporal, cuerpos compungidos que denotan expectación, incertidumbre.
La tiniebla se apodera de los sepulcros, Amancio y Trasea cada vez dan pasos son más cortos, Pipo que no era presa de la situación ya sufre lo mismo que sus acompañantes, Amancio siente una mirada en su espalda, sin ganas de voltear lo hace y ve a Pipo, se sobresalta, lo enfoca con su linterna, Pipo con una sonrisa nerviosa lo saluda, a pesar del pequeño susto Amancio siente una sensación de alivio porque no están solos en esa aventura, “Gordo y si volvemos mañana”, suplica Trasea en evidente síntoma de pánico ante la situación, “Si”, contesta de inmediato el esposo nervioso, cuando se da vuelta para devolverse, ella queda delante de ellos, por el frio que empieza arreciar, no tan solo en sus huesos también en su mente, se sube la capucha de su sudadera y en su cabeza, espalda y extremidades se dibuja de cuerpo completo una Catrina que sonríe a Pipo y Amancio, asombrados, descontrolados, por la escasa visibilidad creen que la Calaca es Trasea y sin importar nada la rebasan, ella al verlos hace lo mismo, la distancia entre los tres y la puerta es larga, larguísima.
Al salir del panteón los tres suben al auto, por más que intenta meter la llave Amancio no lo logra, al fin lo hace, pero el motor no enciende, en contra parte solo emite un humo que rodea al vehículo, todos se miran entre sí, solo para descubrir que en el asiento trasero junto a Pipo, esta una Parca con sus huesos dando contorno a una figura espeluznante, los tres en medio de la neblina salen disparados y corren, corren hasta llegar al Seguro Social a urgencias, los enfermeros asustados los ven: están pálidos, su tez no es blanca, es cadavérica, les preguntan qué les pasa?, no contestan, solo señalan la puerta y con un escalofrió inmenso suplican que ahí en la puerta no esté la Huesuda con su sonrisa fantasmal.

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