- Por: Alejandro Chávez.
Es admirable el espíritu de optimismo que manifiestan las autoridades de este país en relación a la reforma educativa.
El Secretario de Educación asegura sonriente que a ésta reforma nada la detiene y que sin ella es imposible tener una educación de “calidad”.
Por principio de cuentas, nadie conoce a ciencia cierta los beneficios que traerá la reforma y por el contrario, la mayoría ve con desilusión que se trata más de un aspecto laboral que de calidad.
Resulta aberrante la decisión tomada, la cual no considera a los actores educativos (maestros, alumnos y padres de familia); son ellos quienes deben participar y debatir en esas cuestiones, los que están al frente, en el campo de batalla y no quienes desde sus curules, escritorios y oficinas, atentan contra los derechos ganados durante años de lucha magisterial.
Es intolerante que un examen defina la continuidad y permanencia del maestro, cuando es sabido que este no cumple con las condiciones de igualdad y equidad para los sustentantes.
Si bien es cierto que existen algunos maestros que por su falta de vocación y conocimientos no deben de pertenecer al magisterio, también es cierto, que la culpa la tiene el sistema mismo, quien permite que todo ente que ingrese a las escuelas formadoras de docentes, con el simple hecho de respirar, obtenga el certificado que lo acredita como apto para desempeñar el puesto de maestro; sería más fácil entonces que, los mismos espacios formadores de docentes sirvan como filtros para determinar quién tiene la capacidad y vocación para tan loable labor.
En segundo término el gobierno debe de tener el valor de reconocer su error –aunque ello no lo exime de haberlo cometido- y que este no sea un error trascendental históricamente hablando; que se deje de servir a intereses ajenos y extranjeros, pensando exclusivamente, en quienes serán el futuro del país.